“Había una vez, en el país de los elefantes, una manada en la que las hembras tenían ojos grandes y brillantes y la piel de color rosa caramelo. Este bonito color se debía a que las elefantas, desde su primer día de vida, sólo comían anémonas y peonías.”

 Margarita es una elefanta que forma parte de una manada donde todas las elefantas viven cercadas, y gracias al sacrificio de comer sólo anémonas y peonías, son de color rosa caramelo y tienen los ojos grandes y brillantes. Al mismo tiempo, los elefantes viven en libertad, jugando, revolcándose y disfrutando de la sabana.

Sin embargo, a las elefantas desde que nacen les informan qué deben hacer y cómo deben vivir para poder ser tan bonitas y hermosas como sus mamás, y así poder encontrar a un elefante que se quisiera casar con ellas. Pero Margarita, a pesar de seguir todas las indicaciones, no consigue ser rosa ni tener los ojos grandes y brillantes. Es de color gris, igual que los elefantes machos, para gran disgusto y decepción de sus padres, los cuales pierden finalmente toda esperanza y le dan la libertad para hacer lo que quiera.

La elefanta protagonista, feliz con su liberación, sale del recinto y empieza a disfrutar de todo lo que disfrutan los elefantes. A los pocos días, movidas por la curiosidad, las demás elefantas deciden salir también del cerco para no regresar jamás. Gracias a Margarita se abre el camino para la igualdad.

Desde entonces, en esa manada, es muy difícil distinguir a los elefantes de las elefantas.

Rosa Caramelo

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“Había una vez, en el país de los elefantes, una manada en la que las hembras tenían ojos grandes y brillantes y la piel de color rosa caramelo. Este bonito color se debía a que las elefantas, desde su primer día de vida, sólo comían anémonas y peonías.”

 Margarita es una elefanta que forma parte de una manada donde todas las elefantas viven cercadas, y gracias al sacrificio de comer sólo anémonas y peonías, son de color rosa caramelo y tienen los ojos grandes y brillantes. Al mismo tiempo, los elefantes viven en libertad, jugando, revolcándose y disfrutando de la sabana.

Sin embargo, a las elefantas desde que nacen les informan qué deben hacer y cómo deben vivir para poder ser tan bonitas y hermosas como sus mamás, y así poder encontrar a un elefante que se quisiera casar con ellas. Pero Margarita, a pesar de seguir todas las indicaciones, no consigue ser rosa ni tener los ojos grandes y brillantes. Es de color gris, igual que los elefantes machos, para gran disgusto y decepción de sus padres, los cuales pierden finalmente toda esperanza y le dan la libertad para hacer lo que quiera.

La elefanta protagonista, feliz con su liberación, sale del recinto y empieza a disfrutar de todo lo que disfrutan los elefantes. A los pocos días, movidas por la curiosidad, las demás elefantas deciden salir también del cerco para no regresar jamás. Gracias a Margarita se abre el camino para la igualdad.

Desde entonces, en esa manada, es muy difícil distinguir a los elefantes de las elefantas.